Cinco revolucionarias armas estadounidenses que no se hicieron realidad.

Varias armas que nunca vieron la luz podrían haber revolucionado, aunque no necesariamente para mejor, el enfoque de las Fuerzas Armadas de EE.UU. hacia las operaciones de combate y de logística militar. Las armas 'murieron' por varias razones. A veces simplemente por aparecer en un momento poco adecuado o en medio de una época política de austeridad militar o por la toma de decisiones equivocadas. Además, estos proyectos pueden caer víctimas de las intrigas de la burocracia bizantina del Pentágono o de la lucha por la influencia entre distintas fuerzas estatales. Hay casos en los que las armas 'mueren' por no haber encajado en nichos concretos en las operaciones que se llevaban a cabo. 

Un artículo de la revista estadounidense 'The National Interest' se concentró en cinco armas que habrían podido influir en el desarrollo de las guerras si no se hubieran descartado. Es muy poco probable que su posible aparición y consolidación hubiese cambiado el resultado de las guerras, que se pierden o se ganan por un conjunto de razones, de las cuales la tecnología bélica no es la principal. Sin embargo, estas armas hubiesen podido influir en el desarrollo de la industria militar y transformar nuestro enfoque de la guerra, así como el material y el apoyo técnico. Ciertamente, no todos esos cambios habrían sido para mejor: parte del programa fue cancelado por razones lógicas, recalca el autor del artículo, el analista en temas militares Robert Farley. 

El helicóptero AH-56 Cheyenne 

A principios de los 60 del siglo pasado, el Ejército comenzó a restar importancia al desarrollo de helicópteros en la aviación. Los primeros helicópteros militares aparecieron en los campos de batalla al final de la Segunda Guerra Mundial. Durante la guerra de Corea, se utilizaron activamente en misiones de reconocimiento y rescate. Sin embargo, a medida que fueron variando las características de estos vehículos aéreos, los militares pensaron en utilizarlos para resolver una gama más amplia de tareas. Entonces se decidió apostar por el AH-56 Cheyenne: un proyecto de diseño que combinaba la velocidad con un gran poder de fuego. El Cheyenne fue concebido para acompañar a los helicópteros de transporte, brindar apoyo armado a tropas de tierra y lanzar ataques a objetivos terrestres. Su rasgo más característico fue un potente motor con el que el helicóptero podría alcanzar velocidades de hasta 442 kilómetros por hora. 

Sin embargo, el proyecto fue víctima de las altas expectativas. La tecnología necesaria para el mismo no se desarrolló a la perfección y los primeros prototipos sufrieron varios 'dolores de crecimiento' que provocaron incluso un accidente durante las pruebas y la muerte de un piloto. Además, la Fuerza Aérea se opuso airadamente al concepto mismo del Cheyenne, creyendo que el Ejército de tierra estaba tratando de 'usurpar' las tareas de apoyo aéreo cercano en el campo de combate. En un intento de cerrar el programa, la Fuerza Aérea llegó a ofrecer su propio avión de ataque: el proyecto a partir del cual más tarde nació el conocido avión de ataque A-10. Como resultado, el Cheyenne nunca vio la luz, pero pasados unos años, el Ejército decidió lanzar el proyecto del AH-64 Apache, de diseño más seguro y menos revolucionario, algo que sin duda limitó las capacidades de la Aviación del Ejército. 

El bombardero estratégico B-70 Valkyrie 
 
La historia de los B-70 Valkyrie merecería una película. Este avión hubiese debido reemplazar al veterano B-52 Stratofortress y al B-58 Hustler. Fue concebido y diseñado para penetrar en el espacio aéreo soviético a gran altura y a una velocidad tres veces superior a la del sonido. El hijo más deseado de la "mafia de los bombarderos" (la generación de oficiales de alto rango involucrados en operaciones de bombardeos estratégicos durante la Segunda Guerra Mundial), el B-70, era para muchos el futuro de la Fuerza Aérea de EE.UU. El avión era bonito: largo y elegante, se parecía más a una nave espacial que a un avión. Su prototipo se puede ver en el Museo Nacional de la Fuerza Aérea de EE.UU. en Dayton, Ohio. Sin embargo, el Valkyrie resultó ser tremendamente caro y esta 'peculiaridad' suya se acabó convirtiendo en su principal punto débil. 

Ni al entonces presidente Eisenhower, ni al secretario de Defensa Robert McNamara les gustaba la idea de gastar un montón de dinero en un bombardero, cuando los misiles balísticos parecían mucho más prometedores para alcanzar el territorio de la URSS con sus ojivas nucleares. Los cazas-interceptores soviéticos y el progreso de la URSS en misiles antiaéreos hacían el cumplimiento de la misión del B-70 aún más difícil. Solo después de 15 años fue aprobado el proyecto del B-1B, un bombardero algo similar al Valkyrie. De este modo, McNamara salvó a la Fuerza Aérea 'de sí misma' mediante la prevención de un enorme gasto que hubiese podido afectar al desarrollo de otros aviones y misiles tácticos durante unos 30 años, sugiere Robert Farley. 

El cazabombardero embarcado A-12 Avenger 
 
Se trata del proyecto de un avión sigiloso de ataque capaz de actuar desde los portaviones. A mediados de la década de los 80, la Marina decidió sustituir su predilecto, pero ya anticuado, A-6 Intruder. Con la esperanza puesta en el progreso de la tecnología 'stealth' (de aviones furtivos), McDonnell Douglas desarrolló el A-12 Avenger, un avión subsónico diseñado como 'ala volante', muy parecido a una versión mucho más más pequeña del B-2 Spirit. Combinando las características del sigilo con su potencial multifuncional, este avión prometía oportunidades sin precedentes para atacar objetivos a gran distancia. 

Sin embargo, las expectativas asociadas con su 'recubrimiento furtivo' eran demasiado optimistas. Los costos de su desarrollo crecían pero la construcción de un avión operativo de esas características no llegó a culminarse. Además, el mayor problema fue que la Guerra Fría llegó a su fin. Frente a los recortes del presupuesto de defensa, el secretario de Defensa, Dick Cheney, decidió 'matar' a este modelo en favor de proyectos menos 'arriesgados'. La Fuerza Aérea se concentra ahora en el proyecto Next Generation Bomber, con reminiscencias al A-12 en muchos aspectos. Por lo tanto, la 'muerte' del A-12 en realidad afectó a una generación entera de naves de portaviones estadounidenses. 

Sistemas de Combate del Futuro 
 
A principios del siglo XXI, basándose en la teoría llamada 'revolución en los asuntos militares', se puso en marcha el ambicioso plan de reequipamiento del Ejército bautizado como Sistemas de Combate del Futuro (Future Combat Systems, FCS). En pocas palabras, la teoría de la 'revolución en los asuntos militares' aplicada a la situación actual supone el uso generalizado de municiones de precisión guiadas, el procesamiento de datos a alta velocidad, las comunicaciones en tiempo real y las nuevas oportunidades de dispositivos de detección. El uso de todos estos elementos debería transformar la forma de hacer la guerra. El proyecto de los Sistemas de Combate del Futuro consiste en desarrollar sistemas de armas, equipo y sensores integrados en una red, aumentando drásticamente la eficacia del uso de estos medios, tanto en poder letal como en rapidez de despliegue y reducción de carga en logística. 

Pero cuando la administración Bush 'cargó' al Ejército nacional con la campaña en Irak, el programa FCS empezó a afrontar sus primeros problemas. Tanto los recursos, como la energía intelectual que hubiesen podido invertirse en el proyecto, fueron invertidos en la guerra. Por último, el mismo curso de las hostilidades ha puesto en tela de juicio la teoría del FCS, puesto que las milicias islamistas han sabido resistir ante tropas estadounidenses pese a que estas últimas son muy avanzadas tecnológicamente. Como consecuencia, el programa FCS ha tenido una muerte lenta. La idea de un sistema global de relaciones ha cedido paso a la necesidad de llevar a cabo operaciones militares específicas con los recursos disponibles, independientemente de cómo encajen en la estructura general. En Irak y Afganistán, Estados Unidos ha usado un equipo nuevo y anticuado al mismo tiempo, incluyendo armas no pensadas para estar integradas en el FCS. 

El Buque de Control Marítimo 
 
¿Qué pasaría si, en lugar de unos pocos grandes portaviones, Estados Unidos comienza a construir muchos pequeños? Las Armadas británica y estadounidense usaron en la Segunda Guerra Mundial varios pequeños portaviones para brindar apoyo a operaciones anfibias antisubmarinas. A principios de la década de los 70, el almirante Elmo Zumwalt ideó el denominado SCS (siglas de Sea Control Ship, Buque de Control Marítimo). La idea era aplicar y utilizar en este buque las enseñanzas navales de la Segunda Guerra Mundial y de la contienda de Corea. Se trataba de un pequeño portaviones para proteger las rutas marítimas de los ataques de submarinos de largo alcance soviéticos. 

Los 'superportaviones' estadounidenses de la época eran muy caros (el primer portaviones clase Nimitz entraría en funcionamiento en unos años), y en este contexto Zumwalt estaba buscando una opción más barata para las operaciones que no requieran de grandes buques de este tipo. En primer lugar, la Marina de EE.UU. decidió experimentar, durante un par de años, con el portahelicópteros Guam, añadiendo a su sección aérea aviones de combate de despegue y aterrizaje vertical Harrier. Pero al final, al evaluar los posibles costos y riesgos, se decidió abandonar esta idea. Como resultado, las funciones del Buque de Control Marítimo las asumieron grandes buques de ataque anfibios de las clases Tarawa y Wasp. Además, varias naves de estas clases fueron construidas por otros países-aliados de EE.UU. De hecho, varios barcos construidos por compañías británicas, españolas, italianas y japonesas desempeñan este papel actualmente. Ahora, cuando incluso los más ardientes defensores de la construcción de portaviones vacilan ante los enormes gastos de estos gigantescos proyectos, los Buques de Control Marítimo podrían ofrecer un nuevo enfoque hacia la necesidad de operaciones de menor escala. (J.R.G.)


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