Una brigada de hierro frente a la amenaza rusa.


Una veintena de vehículos Bradley de combate, demasiado limpios para haber circulado recientemente, aguarda bajo el frío sol de Colorado. A pocos metros, en una enorme explanada casi al pie de Cheyenne, una de las Montañas Rocosas, el capitán Musk revisa un grupo de coloridos contenedores con material militar. En un par de semanas, los blindados y los inmensos depósitos metálicos estarán en suelo europeo. Como los casi 4.500 soldados estadounidenses procedentes de la base de Fort Carson que se posicionarán desde enero en los países del Este y los bálticos. El despliegue, el mayor de tropas norteamericanas y armamento pesado en Europa desde la Guerra Fría, busca reforzar la región frente al expansionismo ruso y mostrar el compromiso de Washington con sus aliados de la OTAN. 

El inicio de su misión coincidirá con la llegada a la Casa Blanca del nuevo presidente, Donald Trump, quien no sólo ha cuestionado la responsabilidad de EEUU hacia la Alianza Atlántica, sino que ha inquietado enormemente a sus socios que lindan con Rusia por su afinidad con el presidente Vladímir Putin. Pero en Fort Carson —donde EL PAÍS ha viajado invitado por la misión estadounidense en la OTAN— ni Musk, con su luminosa sonrisa de muchacho americano, ni sus mandos tuercen el gesto por la postura del republicano. “Nada ha cambiado, el compromiso y el espíritu de las tropas es exactamente el mismo”, afirma, serio, el sargento mayor David Gunn. Su objetivo, apunta el teniente coronel Stephen Capehart, es triple: verificar su competencia para lanzar en Europa una brigada blindada, reforzar la capacidad de trabajar con fuerzas aliadas y “contribuir a la defensa colectiva frente a toda amenaza”. Y esa amenaza es Rusia. 

En la jerga militar y de la OTAN dicen que su propósito es “reasegurar” a los socios de la Alianza en la zona, antiguos miembros de la Unión Soviética o países satélites: Polonia, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania, Bulgaria. Pero ‘reasegurar’ quiere decir, básicamente, disuadir al Kremlin de las tentaciones de vulnerar la integridad de cualquiera de esos Estados tras la anexión rusa de Crimea y la guerra en el este de Ucrania, que en febrero cumplirá su tercer aniversario. La misión es también una demostración de fuerza del Ejército estadounidense, que llevará a territorio europeo además de a sus soldados, más de 2.800 vehículos militares —incluidos los ahora adormecidos Bradley, más de 80 tanques y numerosos trailers— y miles de armas de fuego. En Fort Carson, al tercer batallón de combate de la 4ª brigada de infantería —el asignado a Europa— le toca entrenamiento interior. Y los soldados de la conocida como Brigada de Hierro probablemente lo agradezcan. Son las seis de la mañana y el termómetro no sube de los 12 grados negativos. 

En el gimnasio, a ritmo de música maquinera, el teniente David Hart levanta pesas. Aun así, su camiseta del Ejército americano está impoluta. “La seguridad europea es nuestra seguridad”, afirma. Espigado y con el pelo muy corto, este especialista en ingeniería de 29 años explica que todo el batallón viajará a Polonia para después desplegarse, por compañías, en el resto de países de la región donde entrenarán junto a las tropas aliadas en los que serán los mayores ejercicios de la historia reciente de la OTAN. Hart se desplegará en Rumania. La soldado Abrianna Archuleta lo hará en Polonia. Es, a sus 18 años, la más joven de la brigada. Pequeña pero compacta, Archuleta fue campeona de lucha libre en su estado, Nuevo México, antes de alistarse, nada más terminar el instituto. Es especialista en sistemas de datos tácticos y una de las primeras mujeres en el equipo de artillería de primera línea. Quiere ser enfermera. Como sus compañeros, permanecerá nueve meses en su destino, rotatorio. La rotación son la fórmula que ha encontrado la OTAN para sortear la prohibición pactada con Rusia de establecer bases aliadas permanentes en los países del antiguo Pacto de Varsovia. 

La de Europa del Este es la primera misión de Archuleta. También la primera vez que sale de Estados Unidos. “Estoy muy emocionada”, reconoce con una pequeña sonrisa. No puede dar detalles técnicos de su papel en Polonia, pero apunta que la misión de la Brigada de Hierro, casi centenaria, es “ayudar a mantener la paz” El despliegue —dotado con un presupuesto de 3.400 millones de dólares (unos 3.250 millones de euros)— es hasta cierto punto controvertidos. Y no sólo por la postura del presidente electo hacia los países de destino, a quienes amenaza con dejar de defender —como marca el artículo 5 de la Alianza— si no aumentan su presupuesto para Defensa. También hay quien, como el ministro de Exteriores alemán, Frank-Walter Steinmeier, ve en el las maniobras una cierta provocación a Rusia. El experto en seguridad Paul R. Gebhard, analista del think tank Atlantic Council, no es de la misma opinión. “¿Cuántos países tiene que invadir Rusia —que ha cambiado sus fronteras varias veces en los últimos años— para ser considerada una amenaza ”, plantea con algo de ironía. 

En Washington, en el Pentágono, el subsecretario de Defensa de EEUU, James Townsend, ya de salida de la Administración, reconoce que tras la invasión de Georgia (en 2008) se subestimó a Rusia. Algo que, incide, no puede volver a pasar. Ante un reducido grupo de periodistas europeos, explica que la nueva misión —como las otras emprendidas en la región— pretende asegurar que “Rusia o cualquier otro” percibe, sin ambages, que los socios de la OTAN se defienden entre sí. El Pentágono, sin embargo, no tiene datos sobre la opinión de los estadounidenses acerca de una misión en países que muchos no han oído nombrar, en los que no hay guerra y frente a una amenaza que quizá no perciban. En Colorado Springs, una pequeña encuesta a los pocos ciudadanos que caminan bajo la nieve muestra un apoyo abrumador. Aunque la ciudad, una de las más conservadoras del país, reducto fervientemente republicano en un Estado que apoyó a Clinton en las elecciones de noviembre y capital de las iglesias evangélicas, es también sede de cuatro bases militares clave. No por casualidad fue escenario de la película Juegos de guerra. 
  
En Fort Carson, el sargento Matthew Venn, de 31 años, ultima los preparativos para su despliegue. Será la cuarta misión para este pelirrojo de Kansas, después de haber estado en Irak —dos veces—, Afganistán y Kuwait como comandante de tanques. “Nada que ver… Esta vez que no va a una zona de conflicto estoy muy confiada y muchísimo más tranquila. Incluso algo celosa”, bromea a su lado Theresa, su esposa, veterana y ahora profesora de educación especial. La pareja tiene tres hijos, que se afanan en redecorar uno de los árboles de Navidad de la base. Aunque, como los Venn, las familias de los soldados no están inquietas por el despliegue en Europa, el teniente coronel Capehart incide en que no hay diferencia entre las distintas misiones. Como Townsend, para quien ninguna misión es rutinaria: “No están allí para un desfile militar, no son una guarnición, no se han ido de vacaciones. Están allí para combatir si deben, aunque esperamos que no tengan que hacerlo”. (Jesús.R.G.)

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