En su segundo mandato presidencial, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, tendrá que lidiar con un contrincante mucho más duro de roer en el Kremlin. Y es que, en apenas nueve meses desde que regresara a la Presidencia rusa, Vladímir Putin ya ha hecho olvidar el famoso reset (reinicio), una breve luna de miel en las relaciones bilaterales que ahora parece que no fue más que un espejismo. Incluso sus principales frutos: el ingreso ruso en la OMC y la firma de un nuevo tratado de desarme nuclear son ahora vistos en Moscú como algo inevitable, más que positivo. Putin ha enterrado casi todas las ramas de olivo que su antecesor y actual primer ministro, Dmitri Medvédev, entregó a Occidente. Sea en política exterior o en el ámbito de las reformas políticas, Putin ha optado por dar marcha atrás, por la involución. La lista de agravios entre Moscú y Washington vuelve a ser larga: Siria, Palestina, Irán, leyes antidemocráticas, Pussy Riot, lista Magnitski, etc. El jefe del Kremlin ya dejó claro durante la campaña electoral estadounidense que para Moscú siempre es más fácil tratar con una administración republicana, ya que su política exterior es más previsible.
Eso pese a que Romney aseguró, en uno de sus discursos
electorales, que Rusia sigue siendo el enemigo número uno de Estados
Unidos. Y es que Putin no olvida que es con presidentes demócratas, como
Bill Clinton, con los que Rusia se ha llevado los mayores batacazos y
decepciones, como por ejemplo en Yugoslavia. Putin
ha mantenido unas relaciones especialmente tensas con la secretaria de
Estado saliente, Hillary Clinton, a la que acusó de alentar las
protestas opositoras contra el fraude electoral. En su reciente discurso
sobre el estado de la nación, Putin dibujó una línea roja que no se
puede traspasar: la injerencia exterior en los asuntos internos de
Rusia. Nadie que reciba dinero del exterior podrá dedicarse a partir de
ahora a la política en Rusia, lo que deja en fuera de juego a varios
políticos liberales respaldados desde hace años por la Casa Blanca. Es
por ello también por lo que el Gobierno ha cortado la financiación
estadounidense a las principales ONG rusas. De hecho, la práctica
totalidad de las controvertidas leyes promulgadas por Putin en los
últimos meses buscan proteger la vertical de poder del ataque de grupos y
organizaciones opositoras supuestamente apoyadas por EEUU.
Putin
ha recuperado el concepto de democracia soberana, es decir, un sistema
político adaptado a las tradiciones y los valores rusos. O lo que es lo
mismo, una democracia con características rusas. Putin insiste en que
Rusia respeta los estándares internacionales en materia de principios
democráticos y derechos humanos, por lo que, asegura, Occidente debe
resignarse a respetar su sistema político, aunque no sea de su agrado. Por
todo ello, Obama deberá echar mano de todo su pragmatismo, si no quiere
alienar a Rusia. La aprobación de la lista Magnitski, que congela los
activos y restringe la concesión de visados a los funcionarios rusos
implicados en la muerte en prisión preventiva del abogado ruso Serguéi
Magnitski, no es un buen comienzo. Putin tachó esa ley de "acto hostil" y
recordó que en Guantánamo los presos son encadenados como en la Edad
Media. Lo mismo puede decirse de los planes norteamericanos de seguir
adelante con el despliegue de elementos estratégicos de su escudo
antimisiles en Europa (España, Bulgaria y Rumanía), lo que irrita en
gran medida al Kremlin.
En
relación a Siria, el Kremlin no se ha cansado de repetir en los últimos
meses que Bachar al Assad no es ni amigo, ni aliado de Rusia. Esta
semana, incluso la Cancillería rusa reconoció que Damasco está perdiendo
el control del país. No obstante, no hay ningún giro copernicano, ya
que Moscú mantiene su oposición frontal a la intervención occidental en
el país árabe, aunque sea bajo la tapadera de una intervención
humanitaria. Y sigue negándose a reconocer a la oposición, tanto interna
como externa, como legítimo representante del pueblo sirio, como
propone Occidente. En
Oriente Medio tampoco hay consenso, ya que, aunque las relaciones con
Israel han mejorado en los últimos años, el Kremlin defiende, desde hace
décadas, el reconocimiento de Palestina como un Estado con capital en
Jerusalén. Recientemente, Rusia votó a favor de la concesión a los
palestinos del estatuto de observador en el Consejo de Seguridad de la
ONU. Precisamente, Siria, Palestina, y podríamos añadir también a Irán,
son los países con los que el Kremlin mantiene relaciones más estrechas
en la región. Y es que los rusos no tienen ninguna prisa en ver caer a
Assad, como no tienen ninguna intención de contribuir a reforzar las
posiciones de EEUU en Oriente Medio.
Por
obvios motivos, Obama se siente mucho más cómodo con Medvédev, un
educado tecnócrata, abogado de formación y libre de la mancha de pecado
de la Guerra Fría. Pero el presidente norteamericano no tiene más
remedio que pasar página. Putin ha vuelto para quedarse hasta 2018 y muy
posiblemente hasta 2024. Igual
que ahora es China, y no la Unión Soviética, la horma en el zapato
estadounidense. Para el líder ruso, EEUU tampoco es una prioridad. Es un
socio comercial de primer orden, pero el Kremlin prefiere mirarse en el
espejo de China y otras potencias en desarrollo como Brasil o India.
Rusia se ve a sí misma como una potencia euroasiática, en la que Europa
está perdiendo importancia a marchas forzadas en favor de Asia. EEUU es
visto por Putin más como un obstáculo para esos planes de desarrollo,
que incluyen la integración con las antiguas repúblicas soviéticas. Si
no ponen mucho de su parte, Putin y Obama parecen condenados a
desentenderse.
Fuente: http://www.revistatenea.es/
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