«Quiero seguir en mi puesto».



Un soldado herido en Afganistán. Eso es básicamente todo lo que llega a la opinión pública de lo que sucedió el pasado 7 de marzo en las inmediaciones de la base avanzada «Bernardo de Gálvez II», en Ludina, Afganistán. Eso y que las tropas combatieron. El soldado Iván Castro, de 23 años, fue alcanzado en el cuello por una certera bala talibán. Después, tal y como reveló este periódico, se supo que  ambos contendientes estaban a apenas 300 metros. Ahora, la felicitación del coronel Demetrio Muñoz a sus hombres, a la que ha tenido acceso LA RAZÓN, revela seis historias de heroísmo desconocidas hasta hoy.

La primera, la del propio soldado Iván Castro. El disparo le alcanzó en los primeros segundos del combate. Cuando su jefe de pelotón acude en su auxilio, el legionario le pide que le deje solo y acuda de nuevo a su puesto. Su jefe de sección le pide que esté tranquilo, que pronto se iría a España a ver nacer a su hija. La respuesta del soldado fue clara: eso no le importaba, quería seguir allí, en su puesto. El ministro de Defensa, Pedro Morenés, le visitó la semana pasada en el hospital. «Está con una moral altísima que le honra a él y a su familia», destacó el ministro.

El que acude a ayudarle inmediatamente es su jefe de pelotón, el sargento José Moreno Ramos. Tras comprobar que sus hombres responden al fuego enemigo, abandona su pozo entre disparos de los talibanes y corre hasta el soldado, que se encontraba a 40 metros de distancia. «Su actuación –destaca el coronel– en la atención de las heridas a uno de sus hombres, cortando una abundante hemorragia bajo fuego enemigo, fue determinante para salvarle la vida».

El tercer caso destacado en la felicitación del coronel es el del cabo primero José Manuel Gómez Santana, jefe del equipo de tiradores de la compañía. Según el relato del coronel, «suprimió los orígenes de fuego enemigos» con su fusil de precisión, designó objetivos al jefe de la sección, corrigió el fuego de los morteros y atendió a su observador cuando quedó cegado por la tierra levantada por el fogonazo del fusil.

El cabo primero José Miguel Gómez Ortega abatió dos objetivos con fuego de mortero, exponiéndose al fuego enemigo para ser más eficaz en sus disparos. «Saltó de su posición, avanzando al descubierto para ocupar una mejor posición de tiro con el mortero», relata la felicitación.

El cabo Fernando Carrasco era el tirador de la ametralladora. Realizó «fuego eficaz contra tres orígenes de fuego enemigos manteniéndose firme sobre su ametralladora sin cesar en su apoyo en ningún momento». Sus disparos caen directamente sobre un enemigo a 250 metros y, de paso, designó otros cuatro objetivos al jefe de sección. Al mismo tiempo, informaba del consumo de munición dosificando los últimos 250 cartuchos y haciendo fuego sólo contra objetivos claramente identificados.

El último recocimiento del coronel (que hace extensivo en su orden a toda la III sección de la Task Force 1ª de la Legión) es para el jefe de todos ellos, el teniente Ramón Prieto, que reaccionó de forma ejemplar, dice el mando, dirigiendo el fuego de sus pelotones, distribuyendo los fuegos propios y siempre manteniendo la calma mientras coordinaba la evacuación del herido y realizaba el repliegue de forma ordenada y coordinada. Este tipo de combates se repiten en Afganistán con más frecuencia de la que se conoce. Estas seis historias, que han merecido el reconocimiento de sus mandos, son para ellos la demostración más palpable de que el Ejército tiene unos hombres excepcionales.

Siempre rodeado de amigos
Tras el ataque sufrido el 7 de marzo, el soldado Castro fue operado el viernes en el hospital Gómez Ulla. Le extrajeron la bala que, tras entrarle por el cuello se le  había alojado cerca del riñón izquierdo. Durante todo este tiempo sus compañeros de la Legión no le han dejado ni un momento solo. Incluso se han hecho turnos para estar a su lado y venían de los cuarteles a Madrid acompañarle día y noche. Tras la intervención, ya está en planta, recuperándose.

Fuente: http://www.larazon.es/

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